RIIIIIIIIIIIIIING-RIIIIIIIIIIIING!!!  Las cinco y cuarto de la mañana.

- ¿Quién me mandaría apuntarme a esta “embarcada”? -

Con los ojos a medio abrir me visto, desayuno y bajo al encuentro de Iñigo, que viene desde Zigoitia. En Iruña nos juntamos con Xabi y Iosu y nos dirigimos a Tudela a recoger a Juanma, el último miembro de la expedición. Unas cuantas  horas de furgo y al fin, llegamos a L´Escala, donde alquilaremos el par de kayaks que nos falta. Alex (el gerente del txiringo), lejos de despejarnos las dudas acerca de cómo diseñar la travesía, nos lía un poco más. Anuncian tramontana en un par de días y nos advierte que el cabo de Creus (por donde pensábamos comenzar), es una zona complicada para el kayak con mala mar.




Barajamos todas las posibilidades y desoyendo los consejos de Alex, conducimos hasta Llansá, donde botaremos nuestras frágiles embarcaciones. A pesar de que restan pocas horas de luz, son tantas las ganas de empezar a navegar que cargamos rápidamente los bártulos y nos hacemos a la mar. Son pocas las millas que nos separan de Port de la Selva, pero llegamos a esta localidad de noche.




La siguiente jornada se presenta tranquila y nada hace presagiar que se avecinan fuertes vientos, por lo que sin tiempo que perder empezamos a remar por el tramo más salvaje y menos humanizado de la Costa Brava. La tranquilidad del agua nos permite avanzar cómodamente y entretenernos en cada cueva o recoveco de la caprichosa costa. La niebla y el posterior txirimiri, unido a lo abrupto del paisaje, hace que pensemos que navegamos por latitudes mucho más septentrionales como Escocia o Noruega.


Doblamos el temido cabo de Creus y nos acercamos a visitar la pintoresca localidad de Cadaqués. Ropa seca, cafecito, avituallamiento y continuamos ruta antes de que aparezca la temida  tramontana. A últimas horas del día, llegamos a buen puerto justo cuando el viento comienza a levantarse.


La lluvia de la noche pasa el relevo al fuerte viento que viene del norte. Por suerte, el tramo que tenemos por delante, es una zona bastante protegida, por lo que a media mañana arribamos a Rosas.


Con el fin de saltarnos un par de monótonos e infinitos arenales, hacemos un porteo hasta Cala Sa Riera, donde nos hacemos de nuevo a la mar.




Nos emocionamos pensando, que nos hemos quitado la parte más complicada de la travesía y que lo que
tenemos por delante es pan comido. Pero el fuerte viento ha revuelto la mar convirtiéndola en un campo de rodeo, en la que embutidos en nuestras ridículas embarcaciones, no somos más que marionetas a lomos de un toro mecánico. Doblando el cabo de Begur, el mar nos golpea por todos los lados y comprobamos lo insignificantes que somos ante la fuerza de la naturaleza. Varios vuelcos y sus respectivas maniobras de abordaje, achique,… y con las orejas gachas rumbo al primer puerto que encontramos. Para colmo éste se encuentra cerrado.

Al fin desembarcamos en una pequeña cala y nos concedemos una sabrosa paella y un buen vino para olvidar el mal trago. A partir de ahora  nos tomaremos más en serio el tema.



Las siguientes jornadas transcurren de forma diversa: nubes, sol; mar plana, rizada, marejadilla;  viento de popa, de proa, de babor;  calas solitarias, playas atestadas; Pero siempre por una costa tan escarpada como bella y paleando además, en inmejorable compañía.


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